Han venido hoy a mi puerta. A venderme un recuerdo de mi vecino, el del Quinto.
— Casi de saldo -me susurra la Señora de Rosa- Tenía muchos.
—Hoy además regalamos con cada compra, dos deseos y un pensamiento –añade-
No me prodigo en el mercado de proximidad, mi alto estándar como Funcionaria Transacional en el campo de la Memoria Forense, con licencia tipo A, me impele a ser rigurosa sopesando cualquier recuerdo en venta de un finado. Somos notarios estrictos a la hora de valorar y decidir a quienes les corresponde recibirlo, y el monto final de cada lote subastado.
Varios siglos avalan nuestra función pública implantando recuerdos a la población, para evitar el caos en pensamientos y deseos fuera de control social, que tantos males causó en su día. Aún así, temo que la fama me precede y cada vez las ofertas se están haciendo más cercanas e inquietantes. Es la segunda vez que mis vecinos me visitan con ofertas de este tipo. Tampoco soy reacia al menudeo que me permita un extra, y este asalto imprevisto e ilegal de mis vecinos despierta mi curiosidad. Por muy rimbombante que sea el cargo que ocupo, la paga es exigua. No hago ascos a un lote de recuerdos bien hilado, y algo en mi memoria se ha despertado al oír el nombre del Señor del Quinto. Una leve nota, diría, casi un perfume de reminiscencia. Espejismos recesivos que suelen aparecer esporádicamente y son fuertemente perseguidos, por lo peligroso que se ha demostrado en pasadas épocas, tener recuerdos o pensamientos no testados socialmente.
Decido ser cauta, la primera adquisición aún me pesa en el alma. Solo fueron tres o cuatro los pensamientos, recuerdos y deseos de Clara, la del Cuarto Derecha. comprados a bajo precio. O eso me pareció al principio. Después, al inspeccionarlos más de cerca, caí en la cuenta. Clara resultó ser oscura y tenebrosa, muy alejada de la imagen que todos albergábamos de ella. Al final, dos deseos, que incluían el incendio de la urbanización y el posterior derrumbe de la finca, han hecho imposible sacar partido alguno a la transacción. Nadie quiere hacerse dueño abiertamente de tan malos presagios. El tercero, un pensamiento, tenía que ver con su vida sexual, y era tan soso, que no llegaba más que a mera evocación infantil e insulsa. El cuarto llevaba categoría de recuerdo, que ahora mismo casi he olvidado. Algo de risas, mar y olas calientes mojando los pequeños pies de una niña. La típica ñoñez de la que está inundado el mercado, poca cosa. Total, que apenas me sirvió para recuperar la inversión, lo evocado por Clara. Esta vez espero del Señor del Quinto algo más jugoso.
Mientras sopeso la oferta, mis vecinos me observan con cierto aire entre ansioso y destemplado. Llevan ya varios intentos y supongo que empiezan a estar preocupados.
Aprovecho la atmósfera de decaimiento para preguntarme si algún recuerdo habla de mí. Soy consciente que en cualquier momento saldrá al mercado alguno con mi nombre. Últimamente el negocio flojea, y el pirateo para apropiarse el botín, sin esperar tu muerte legal, usurpándote a traición recuerdos, pensamientos y deseos, menudea por los suburbios, alentado quizás por la miseria que impele a venderlos a bajo coste; hasta el punto que algunas zonas de la ciudad ya empiezan a mostrar el olvido entre los vecinos, que vagabundean sin rumbo preguntando si alguien puede recordarles el nombre, o mendigan algún suceso de la niñez que pueda implantarse de estraperlo. Si alguno me ha sido robado en el descuido, quisiera llegar a tiempo para recuperarlo y no perder partes de mi vida que mi buen dinero me costaron, sobre todo la parte que se refiere al asombro en la cara de mis padres el día de mi graduación con nota Cum Laude. Bien es cierto que algunos quisiera perderlos, no tuve buen ojo al adquirirlos. Olvidar la cara de Sonsoles contándome que se estaba tirando a mi novio, por ejemplo, y de paso que ellos, ahora felizmente casados, también se olvidaran mutuamente. Está prohibido destruir recuerdos ajenos, lo sé ¡Pero qué queréis! Está testado que un recuerdo puede llevarte a un pensamiento e incluso a un deseo en una espiral peligrosa, sentenciándote a ser irremisiblemente una proscrita social y nadie quiere eso.
Algo abrumado, el Señor Bigotudo me indica pesaroso que en lo que se refiere a lo que nos ocupa todos los pensamientos están como a granel, desparejados. El desaparecido Señor del Quinto era un poco desordenado -añade- y la cantidad extraordinaria de recuerdos con la que se han topado está haciendo difícil catalogarlos. Le suelto una oferta aparentemente irresistible.
—Permítanos deliberar sobre ese particular – dice mirándome aviesamente-.
Se alejan todos unos pasos creando un círculo donde me es imposible oírles.
Larga es la pausa mientras discuten entre ellos en actitud muy profesional. Llevan años en el negocio de la compraventa y saben que cualquier gesto hostil puede hacer fracasar la operación. Son tratantes de recuerdos absolutamente competentes, e intentan siempre mantener un frente unido ante el cliente final. Yo los miro de reojo, evitando que se note el interés. También sé que si quiero sacar provecho he de ser precavida y no parecer ansiosa.
Observo en silencio. Ellos, por el contrario hacen aspavientos, algo inusual que pone todos mis sentidos sobre aviso. El Señor Bizco menea la cabeza ante La Señora Moño que parece increparle duramente. El aire que dibujan las opiniones se endurece hasta lograr el clímax donde todo se vuelve tenso. Yo pongo cara de inocente y me aproximo lentamente al grupo, en actitud amable. Fue lo que hice con gran acierto la vez anterior y probablemente no recuerden mi estratagema a estas alturas.
El Señor de las Cejas Gruesas, levantando un poco la voz, está en ese momento increpando a la Señora de Rosa, advirtiéndola que los recuerdos no se eligen y que debo quedarme con los que me toquen. Después me ha mirado, abriendo y cerrando una interrogación perfecta sobre la frente. Dejando bien a las claras lo que opina de las personas que eligen recuerdos sin respeto alguno, en vez de esperar a que el azar decida cuál les corresponde en suerte
— Me parece –continúa el Señor de las Cejas Gruesas mirando fijamente a la Señora de Rosa- que tenemos delante la típica clienta a la que le gusta manosear el género para después sacarle pegas y así obtener ventaja. Sabéis que soy partidario de venderlos en perfecto orden natural, y este revoltijo del vecino del Quinto, en su caótico esquema, está afectándome casi de manera física.
La Señora de Rosa medita, sobando una pinza de las cejas que lleva siempre oculta en sus pensamientos, con la que paladea la idea de aligerar a su interlocutor de parte del peso que le aflige.
Cuando la Señora de Rosa desaparezca me gustaría comprar ese deseo.
¡Seguro que podría venderlo en el Mercado de Ideas Exasperantes!- me digo-.
Pero esa es otra historia. He de esforzarme en mantener la calma o se darán cuenta y subirán el precio. Vuelvo a la escena.
Puede ser- interviene el Señor Bizco- que si decimos que es un recuerdo escrito se anime, quedan muy pocos en el mercado.
Quita, quita- contesta la Señora Moño- No lo dejaría yo todo al albur del formato. Igual nos pasa como con el vecino de ayer y no sabe leer.
El Señor Bizco mira a todos y a ninguno, replicando
—¿Qué vecino?-
—El del Noveno B –contesta la Señora Moño
El silencio se espesa, todos pendientes, rezando porque el Señor Bizco no pille la puya. Al fin, consigue clavar la mirada en el limbo, y remata suspirando
—¡Chica, que quieres que te diga! Hay que mirarlo todo bien.
—Es mucho riesgo- murmura la Señora Moño.
—Habrá que reforzar la venta con otro argumento más -sentencia el Señor de las Cejas Gruesas-
—Pues tú me dirás – Replica la Señora Moño-.
— ¡Mírala!- continua, señalándome- se está limando las uñas y creo que ese sonido que me llega es el de una banda sonora de algún western de otro siglo.
—Sí, tienes razón – interviene el Señor Bigotudo- Está silbando lo que creo es “La muerte tenía un precio”
—¡Encima nos ha salido irónica!- ataja el Señor de las Cejas Gruesas-
—Y perfectamente depilada- se lamenta la Señora de Rosa-
—Yo creo – corta el Señor Bigotudo- que si le contamos como ha sido la desaparición del Señor del Quinto, quizás la forcemos a comprar. Desapariciones voluntarias como estas no se dan todos los días.
—Me parece de muy mal gusto- dice la Señora Moño
—Pero eficaz- le corta el Señor Bigotudo-
—Si, en ese sentido puede ser que ayude. No obstante….
—¡Dejaros de remilgos!.- interviene la Señora de Rosa- No tenemos todo el día y os recuerdo que el material caduca a la semana-
—Vaya usted, Señor Bigotudo- continúa- y termine la operación al precio que sea. Es el peor lote que tenemos y no hay porque darle más vueltas. Estamos ya en el Sexto y aún no hemos vendido nada de provecho.
El señor Bigotudo, con una amplia sonrisa, se acerca a mí. Comienzan las negociaciones.
El paquete me llegó por el conducto habitual, vía éter. Impoluto y original, sin mellado alguno por el manoseo de la confidencia. Con apenas un arañazo doloroso que lo revalorizaba a través de cierto aire melancólico, no exento de realismo pragmático.
Expediente número: 5259781 QX
Datos del extraído: Juanolo el del Quinto
Calificación: Memoria de Encuentros
Hora de captura 12:30 pm
Lugar: Buzón del recordante (datos más extensos en GPS que se adjunta al final de este documento)
Grado de frustración: Regular a medio
Formato: Diario manuscrito
Aún hoy pienso que nos queríamos y todo era un juego. Nos queríamos, y en el empeño fuimos consiguiendo marcar unas reglas solo visibles a nuestros sentidos. Ambos conscientes, porque hoy estoy ya casi seguro, que no es mi imaginación la que me evoca esta sensación cómplice, tan agridulce, que he paladeado intensamente esta mañana.
Lejos queda ya en mi pensamiento el borde acerado de cada acto social, que nos atraía y expulsaba del reconocimiento mutuo. La fatiga de separar y diferenciar los momentos, desmigando cada gesto hasta hacerlo nimio, aunque siempre poderoso, como un homeopático fármaco que dulcificase cada día en que el encuentro se materializaba. yo vigilante y atento a cada pausa, anotando los horarios en la agenda del deseo, con esa letra prieta en la que escribo mis recuerdos para hacerlos más ricos, más reales, más intensos.
Sobaba a menudo las invitaciones o convocatorias vecinales que llegaban a través de la puerta, sabiéndolas duplicadas a través de la tuya. Imaginaba tus manos nerviosas abriendo el sobre, con la ilusión creciente, igual que la mía, en un juego de espejos en el que solo las almas gemelas se miran.
Acechaba el peligro de la consciencia y he de reconocer que a veces me fallaban las fuerzas, como aquel día de “buenos días y parece que escampa” con el que me sorprendiste, dejándome sin palabras en el ascensor. Hubo suerte y el elevador me depositó un piso más abajo, haciendo imposible deshacer el hechizo que nos tiene atrapados en el alejamiento.
Tuve que adquirir el temple de un detective para poder seguirte la pista. Ya va para diez años. Una década intentando que nuestro amor se mantuviera tan virgen y puro como el primer día, repitiéndome en una irónica letanía “no peques con el Sexto “ Casi lo consigo.
Hoy he tenido miedo, cuando te has acercado a mí y me has devuelto el holograma del repartidor, esa pálida imagen que me avisa que ya no habrá más entregas porque llega el final pactado, el olvido de cada célula de nuestra piel junto a un “tendrá usted que ponerse en contacto con la Empresa”. Ha sido tu sonrisa abierta, cómo dándome ánimos la que ha provocado el desastre. Ahora ya no hay vuelta atrás. Debo desaparecer antes que todo se haga evidente. Abandono este mundo esperando que el recuerdo de este oculto amor, sincero, puro, sin mácula, te llegue en forma de deseo, junto a dos pensamientos y las instrucciones al Concejo de la Comunidad
Deseo que esta carta llegue a la vecina Olvido, la del Sexto, la que compra recuerdos. Sé que necesita un recuerdo original, propio, ilegal pero decoroso, y sé también que es incapaz en su imaginación de elaborar cualquier pensamiento, recuerdo o deseo propio
Pensamiento 1: Ten cuidado Olvido con la Señora de Rosa. Va armada.
Pensamiento 2: ¿Nos queríamos?
Han pasado seis meses y aún me siento incapaz de poner en venta este recuerdo, o cualquier otro. Considero esa etapa de mi vida superada. Ahora he comenzado otra línea de negocio aún más fructífera. Vendo mis propios recuerdos como si fueran de otros. Elaborados y a medida. ¡Hay tanta gente que los necesita! Con finales abiertos, prendidos en el último suspiro, para que nadie deje pasar la oportunidad de hacer realidad cualquier pensamiento o deseo en este patio de vecinos que es el mundo, y así componga su propio recuerdo placentero.
Y es que ahora sé, ya sin duda, que en pensamiento y deseo, escribe amores la vida.
Y cuando esta se pierde, ya solo el recuerdo cuenta.
© Purificación Minguez Publicado el día 2 de enero de 2024
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