Amábamos cualquier cosa que se posara en nuestra piel,

excepto el aire viciado, o la arista cortante

sobre el espejo roto de cuidados.

Estallábamos melancólicos en cada despedida.

Si caíamos, el dulce ángel de una amistad desconocida

nos esperaba en el barrio al torcer la esquina,

un segundo antes, del desastre final por abandono.

Al elevarnos, aun cargando con todo lo acumulado

seguía siendo leve nuestro peso.

En la seriedad de todo momento

se colaba una risa grumosa y espesa burbujeando inconveniencias.

Reteníamos la idea en un trasiego voraz.

Pagábamos el doble por un susurro,

y por una lágrima, solo el peso de un suspiro.

No pasábamos factura, ni había cuotas por seguros.

Bebíamos los discursos retirando los hielos y agitando las sombrillas.

Comíamos herramientas de tomo y lomo

mordisqueando su óxido como si fueran betas de buen tocino.

Hasta el último bocado pegado al tuétano.

sin digestión ninguna, sin decoro alguno.

Amábamos entonces cualquier cosa,

incluso a nosotros mismos.

© Purificación Minguez     Publicado el día 1 de octubre de 2024

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