De cara al sol abrasante 

que por mi calle descarga 

los rayos de luz más vivos 

que este paseo engalana.

Me dirigía como cualquier otra tarde

 en busca de mi amada.

Olores de hierbabuena 

de jazmín y de mi casa.

Que son los olores más frescos

que nunca haya conseguido el agua.

Ni siquiera ella que en hielo se convierte

 es capaz de sacar réplica exacta.

Porque esos sentidos vivos

solo aquí se juntan y exclaman

que solo ellos aquí reunidos

hacen magia, firman y marcan.

Los contornos que son suyos

de está forma hablan y exhalan

que las festivas tardes soleadas 

pertenecen a mi calle y a mí casa.

Solo tienen un dueño

en las horas en las que el sol marcha.

Es el caminante que enamorado

todo mira y para el reclama.

Luego se lo entregará a su novia

y con ello le dará las gracias 

por hacer que la vida

en las tardes soleadas

tengan vida, tengan perfume,

tengan frescor y tengan magia.

Pero una noche, despidió a la tarde

Con su fría y helada escarcha.

Susurraba con las estrellas 

que una flor iniciaba la marcha.

No supo nadie bien 

esa noche lo que pasaba.

Solo amaneció el día gris

y a la tarde nadie hablaba.

Todo el mundo lloraba.

Lloraba la tarde también 

con sus nubes enlutadas.

Decían los aires perversos

que se había muerto una muchacha

que con sus perfumes y flores

todas las tardes animaba.

Ya no hay luz, ya no hay magia.

Nadie habla, nadie sale de sus casas.

© Maite Cuervo                  Publicado el día 13 de julio del año 2024

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Categorías: POESÍA

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