– ¡Vaya… por fin ha llegado!
Nuestro amigo se queda sorprendido mirando hacia todos lados.
– No busque, sólo soy una voz perdida en el tiempo, no me encontrará.
– ¿Me está hablando un fantasma?
– Llámeme como quiera, y… por favor, ¡sígame!, le están esperando.
– ¿Esperando?, ¿a mí?, ¿quién?
– ¡Sígame!
– ¡Pero cómo le voy a seguir si no le veo!
– ¡A mi voz, insensato! De momento, siga andando por medio de esta rambla.
Era una intensa rambla con árboles a ambos lados que parecían cortar las nubes.
– ¡Siga, siga caminando!
A su vista se divisaba un increíble escenario: una fuente a su izquierda, preciosa con unos chupitos de agua que parecían salirse de ella y unos pajaritos de piedra que parecían beber de ella, y alrededor unos bancos de piedra rodeados de flores. ¡Qué descanso tan agradable…!
– ¡Pero siga, no se detenga! Deje la fuente a un lado y siga por este camino.
Era un camino empedrado rodeado de preciosas estatuas que parecían guardar aquella casa.
– ¡Mmmmmmm… contemple las vistas y respire ese aroma a jazmines! Pero siga, siga andando. ¿Ya la ve? ¿Es una preciosidad verdad?
Era una mansión rodeada de columnas y estatuas, se veía en el centro una puerta entreabierta con una dama asomada a ella de cierta edad que parecía esperarle.
– ¡Pero no se quede ahí! Es a usted a quien está mirando, le está esperando.
– ¿A mí?
– ¡Pues claro, hombre! ¿O es que usted ve a alguien más…? ¡Vamos! ¡Pase!
Nuestro amigo se aproximó con todo el cuidado que se pudiera tener a lo desconocido, paso a paso y pensándoselo en cada uno.
– ¡Buenos días! (adelantó nuestro amigo)
– ¡Buenos días! –Dijo una dama– Le estábamos esperando, todo está a punto.
– Su admiración ya no daba crédito, no entendía nada; era como un sueño, todo ocurría por sí solo, él no podía saber ni mandar en nada. Solo cabía esperar que todo surgiera. Con este pensamiento, nuestro amigo acompañó a la señora hacia el interior de la casa. En el pasillo, se podían ver a la derecha dos puertas cerradas, probablemente de algún despacho; al frente, una escalera; y a la izquierda, se abrían dos grandes puertas que daban a una gran sala donde se veía un enorme cúmulo de gente elegante, todos con copa en mano y sonriendo hacia él.
Sorprendido, se acercó poco a poco a aquellos invitados, acompañado de su inseparable y misteriosa dama. Mientras se acercaba, les fue presentando uno a uno: «Aquí tenemos al Sr. y la Sra. Look, allá al lado del piano los duques de Genoves, bajo la chimenea los ya ancianitos duques de Burgos…»
Mientras su acompañante le iba explicando todo, de repente se le nubló la vista al comprobar la increíble belleza de una joven que se encontraba sola contemplando la vista a través de la gran cristalera que guardaba la sala del exterior.
– ¿Quién es esa joven?
– ¿Qué joven?
– Aquella, la que está contemplando los jardines por la cristalera.
La joven llevaba una especie de túnica blanca, más propia de unos carnavales que de una puesta de etiqueta.
– ¿No la conoce de nada?
– No, y es más extraño que la hayan dejado pasar así y sin acompañante. Se la ve muy sola, y no toma nada. Acerquémonos…
Pero al acercarse, algo ocurrió. Mientras caminaban, la gente se iba interponiendo en su camino con saludos y bienvenidas, y al abrirse el gran cúmulo de gente como cuando se abre un telón, algo pasó: la dama de blanco no estaba, había desaparecido.
– ¡Pero si estaba aquí hace un momento!
Miraban y miraban, pero en toda la sala no se la divisaba.
– ¡Miremos fuera!
– Yo no puedo, debo quedarme aquí junto a los invitados. Salga usted si quiere.
– Muy bien, enseguida vuelvo.
Nuestro amigo, con aire de intriga y extrañado, salió en su búsqueda hacia el jardín.
– ¡Vaya… parece que su dama ha desaparecido!
– – No, no puede ser (dijo pensativo). ¿Usted, que todo lo controla, me podría ayudar?
– Pero, ¿qué tiene esa dama que tanto le interesa?
– ¡No lo sé, se lo aseguro!, pero algo me dice que buscaba ayuda, estaba sola, vestida con una especie de túnica con la mirada perdida hacia el jardín a través de la cristalera, ¿lo ve normal?
– ¿Por qué no vuelve a la fiesta?
– Estoy seguro de que la ha visto, ¿por qué no me lo dice?
– Simplemente, es peligroso.
– ¡Oh, vamos!, lo diré que soy muy insistente y cabezota y le diré…
De pronto, ve salir de la fuente una especie de torbellino de colores tras el que se escondía un rayo de luz con un sonido similar al de unas campanillas (música de Mike Oldfield).
– ¡Oh! ¿Pero qué es esto?
– ¡Por Dios bendito, no se asome!
– ¡Pero vamos a ver! ¿Por qué se empeña constantemente en decirme lo que tengo que hacer? Además, yo a usted ni le conozco, ni tengo por qué obedecer a alguien que ni siquiera veo, ¡pues hasta ahí podríamos llegar…!
– ¡Es usted un insensato!
– ¿Pero es que usted no se cansa nunca? ¿Por qué ese empeño en seguirme a todos lados?
– ¡Insensato! ¡A saber dónde estaría usted si no me hubiese encontrado!
– ¡Pues no perdiendo el tiempo hablando con usted!
Y en un ademán de asomarse a la fuente y con una fuerza que le impulsaba, cayó al fondo. De repente, de una fuente cuyo suelo se divisaban al principio unas piedrecillas, pasó a ser una especie de laberinto de colores donde al final se encontró con una gran roca oscura que atravesó sigilosamente. Allí estaba, una gran cueva, enorme, y un lago central en el que caían gotitas musicales de las estalactitas que colgaban en las rocas con formas impresionantes, parecían guardianes. Conforme iba andando alrededor del lago, se encontró con un pasadizo muy oscuro, frío y escurridizo que tuvo que cruzar con mucho cuidado. Este le llevó a una gran sala. Aquello parecía un museo de cera, pero con una pequeña diferencia: eran de hielo. Se podían apreciar como una especie de cabinas de hielo, pero en su interior se podía divisar algo. Nuestro amigo se aproximó nuevamente como quien mira un escaparate y, ¡increíble!, miraba en el interior de uno y de otro, uno tras otro como si se hubiese vuelto loco, y ¿adivinan qué vio? En cada una de las cajas…
de esta familia era motivo de envidia, una bruja malvada lanzó un hechizo sobre ellos. La dama, al ver el sufrimiento de su familia y ser consciente de su propia belleza y felicidad, pidió a la bruja que la congelara a ella sola, pensando que así liberaría a su familia del hechizo.
La bruja, astuta, accedió a su petición, pero con una condición: la dama quedaría atrapada en un mundo de hielo hasta que alguien, sin conocer la historia, se enamorara de ella y estuviera dispuesto a sacrificar todo por su amor.
– ¡Pero esto es una locura! ¿Cómo puedo romper el hechizo? – exclamó nuestro amigo.
– Ahí está la clave – continuó la voz misteriosa – Debe demostrar un amor verdadero y desinteresado hacia la dama, un amor que supere las apariencias y los obstáculos. Pero ten cuidado, el tiempo corre y las fuerzas oscuras siempre buscan interferir.
Nuestro amigo, aún incrédulo, decidió enfrentarse al desafío y, con un corazón valiente, se dispuso a liberar a la dama de hielo y a desvelar el misterio que envolvía aquel peculiar mundo de sueños y encantamientos.
nunca existió, una desconocida enfermedad que trajo de un viaje que hizo a África se lo llevó, primero a él, después a su querida esposa.
– ¿Le contagió la enfermedad?
– No, el amor…
– Vaya, que romántico y que triste…
– Fue entonces cuando la dama de blanco, siendo la envidia del pueblo, fue hechizada a permanecer como una estatua perpetua de hielo de por vida hasta que, como en el cuento de la famosa rana, llegase un honorable caballero que la salvara. Imagínese qué honorable caballero iba a osar caer en esta fuente atravesando la cueva para verla.
– Pues ¡yo!
– Tenga cuidado, está jugando con fuego.
Nuestro amigo miraba hacia su alrededor buscando cualquier objeto punzante que pudiese clavar en ese pequeño iceberg…
– ¡Pero qué demonios hace, pedazo de insensato!
– ¡Intento liberarla!, así que déjeme en paz.
– Sí, cava una estaca aquí, lo único que puede pasar es que usted quede como ella y de por vida.
– ¿Entonces, qué hago?
– Es mucho más sencillo y romántico que eso, simplemente tiene que pensar en ella.
– Y… ¿ya está?
– No, ya está no, usted tiene que pensar en ella de tal manera que ella perciba ese pensamiento. Ese calor que usted le transmita derretirá el hielo poco a poco, y cuanto más empeño ponga en ello, más rápidamente se derretirá. Concédase y basta…
– Mmm… demasiado fácil para ser verdad.
– Pues si no lo intenta, jamás lo sabrá.
– De acuerdo, pero… déjeme solo unos instantes.
– Pero, ¡si yo no estoy!, quiero decir, ¡es como si no estuviera!
– Sí, ya, bueno, pero…, no hable.
– Eso es otra cosa, le dejo solo, pero por favor recuérdeme cuando puedo volver a hablar, he estado en silencio demasiados siglos como para volver a soportarlo de nuevo.
– No se preocupe, lo sabrá.
Y nuestro amigo se acercó poco a poco a la estatua. Se acercó de tal manera que se oían más las estalactitas y estalagmitas que sus propios pasos, ni tan siquiera su aliento se percibía. Se quedó mirando fijamente a los ojos de la joven durante largo rato, y tras un momento comprobó cómo sus ojos se cerraban poco a poco de forma involuntaria. De la misma manera, sus manos se iban elevando poco a poco hasta la altura de las de ella, y al cabo de muy poco tiempo descubrió al abrir los ojos que estaba abrazado a ella…
Curiosamente, en el suelo no había ni una gota de agua; se había evaporado toda con el calor de los cuerpos.
– Bueno, en otra ocasión podría decir «les dejo solos», pero creo que no es el momento adecuado. Deberíamos marcharnos; no se sabe lo que podría pasar.
– Por una vez te doy la razón.
– Tengo frío…
– Sí, será lo mejor, salgamos cuanto antes.
Nuestro amigo llevaba a la joven dama cubriéndole los hombros con su chaqueta y con la mano derecha cogida cuando, algo inédito sucedió. De repente, iba notando que su mano fría comenzaba a hacerse rugosa conforme iban alejándose de la cueva. Pensó que podía ser del frío y no le dio la menor importancia, pero cuando ya se divisaba un resplandor a lo lejos que indicaba que el final del camino había llegado, algo volvió a suceder. Miró a la dama y notó que sus ojos se volvían cada vez más rugosos y hundidos, y sus labios denotaban también a una dama de cierta edad.
– ¿Pero… qué es esto? ¿Qué está pasando aquí?
– Sinceramente, esto no entraba en los planes, se lo aseguro. Pero me temo que nuestro pequeño rayo de luz no puede salir al exterior, parece que recobraría su verdadera edad de la época en la que vivió.
– ¡Pero si eso sucedió hace muchísimo tiempo!
– Pues imagínese cómo estaría actualmente, hecha un esqueleto…
– ¿Qué me está pasando? ¿Alguien me lo quiere decir?
– Sí, me temo que no podrás salir al mundo exterior; acabaría con tu juventud, con tu vida.
– Entonces, ¿tengo que quedarme aquí?, ¿en esta cueva, sola?
– Cielo, sola no ibas a quedar, tenlo por seguro, yo estaré contigo. Mientras pensaba: ¡Santo Dios, no tiene ningún sentido, no nos podemos quedar aquí de por vida encerrados!
– Pues yo tan solo le veo una solución.
– ¿Cuál?
– Aquí no se pueden quedar los dos de por vida, esto no es habitable para ningún ser viviente.
– ¿Qué pretende entonces que hagamos?
– Piense un poco; aquí no pueden quedarse, y si sale al exterior, ella morirá, se convertirá en un esqueleto. Tiene que pensarlo fríamente, juntos no pueden estar, ni dentro ni fuera.
– ¡Pero… yo quiero estar con ella!
– Si quiere estar con ella, tendrá que ser aquí dentro en la cueva donde la supervivencia es nula.
– No puedo permitir que eso pase, salgamos fuera.
– – Pero… ¡morirás!
– Si nos quedamos, morirás tú, yo me quedaré sola muerta de pena. Por otro lado, si salimos al exterior, sí, sé que moriré yo, pero tú tendrás toda una vida por delante.
– ¿Sin ti…?
– La vida pasa; mi recuerdo pervivirá en tu memoria como una experiencia inolvidable, pero podrás realizar tu vida. Yo aquí no podré hacer nada; no hay vida. Salgamos pues y…, ¡vive!
– Lleva razón, la elección es bien sencilla, vida o muerte, y aquí la única vida posible es la suya fuera de aquí.
Pasaron largos minutos en silencio mirándose el uno al otro hasta que Rayo de luz, clavando sus ojos en él, afirmó:
– ¡Vamos fuera! (dijo acogiéndole fuertemente de la mano)
Él se quedó mirándola durante unos minutos sin decir nada. Sabía que ella llevaba razón, pero no quería entenderlo. Fue entonces cuando ella cogió su mano y le llevó hacia fuera. Él se resistía, pero ella, impulsada por una fuerza desconocida, consiguió sacarle hacia fuera. Iban caminando muy despacito, pensando que sería la última vez que se verían…
Una vez en el exterior, todo parecía normal. Fue entonces cuando se dieron el mayor beso de amor jamás visto en el cine. Curiosamente, transcurridos unos instantes en los que nuestro amigo abrió los ojos, tan solo notó una cosa: una ráfaga de aire muy frío se apoderó de su cuerpo hasta el extremo de dejarle tiritando. Se miró las manos, amoratadas del frío, y la piel de gallina.
– ¡Qué ha pasado!, ¿dónde está ella!, ¿por qué tengo tanto frío?
– ¡Sígame!
No le veía, pero ya era instinto. Sin decirle nada, algo le hacía saber por dónde tenía que ir. Fue caminando apresuradamente hasta llegar a la fuente, donde se detuvo mirando al fondo. Se veía el torbellino de colores como al principio. Fue entonces cuando un pequeño rayo de luz revoloteaba en su interior mientras ascendía por la fuente hasta llegar al exterior. Y una vez allí, algo pasó: como una chispa de agua saltó de esta, confundiéndose en el aire donde desapareció. En ese justo instante dejó de sentir frío. Las manos le comenzaron a adquirir temperatura, una suave brisa de aire cálido se alejaba poco a poco de su cuerpo (música de Mike Oldfield), hasta que desapareció. Él volvió a su estado normal.
– ¿Qué ha pasado?
– Ella ya no está, se acaba de despedir de usted.
– ¿Cómo?
– Su espíritu acaba de salir liberado de las profundidades de la cueva, el rayo de luz, ¿recuerda?
– – ¿Y por qué antes sentía tanto frío?
– Era ella; acababa de morir. Usted ha sentido su muerte.
– ¿Y el sudor de mis manos? ¿Y esa brisa que me atravesaba?
– Ella. El sudor era su calor que le atravesaba, y la brisa, su espíritu liberado despidiéndose de usted. Aquella chispa, ¿recuerda?
– ¿Y… esa música?
– Ella de nuevo. Le ha estado envolviendo en sus propios sentimientos: el frío de la muerte y el calor de entrar en un mundo mejor. Se lo aseguro, amigo mío, ella está bien. Ahora queda usted; tiene que continuar con su vida. ¡Viva! Y sea feliz.
En ese momento, otra chispa saltó a su alrededor, mucho más fuerte y más densa que la anterior, y desapareció entre los árboles, entre un ligero zarandeo de estos. No volvió a oír la voz.
© Mª José Sobrino Simai Publicado el día 20 de febrero de 2024
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