Muchas veces recuerdo a mi abuelo
sentado en un sillón de paja,
con las manos temblorosas
y los pies muy pegados al suelo.
A la hora de caminar
un esfuerzo sobrehumano,
una txapela grande
guardando su sabiduría.
Me contó muchas cosas
tantas como años vividos,
relatos, historias simples,
tan simples que me dejaban
perplejo. Él también fue niño,
joven, adulto, tuvo sus paisajes
vividos y aquello secretos
que todos guardamos
para contarlos en voz baja,
muy baja, como si no quisiera
que yo escuchara.
Todos los días al final
de cada historia, miraba
con ojos cansados,
tomaba mi mano con fuerza
para no dejarme escapar.
Se inclinaba hasta posar
sus labios arrugados cerca
de mis oídos y susurraba:
ahora voy a hablarte de la guerra.
Nunca pudo hacerlo
las lágrimas copaban
su pupila, la tristeza
le hacia volver
a su posición natural.
Yo comprendía que algo iba mal
cuando esa maldita palabra
salía escupida por la boca
de mi abuelo. Ahora comprendo
con el tiempo en mi mochila
el dolor que te oprimía abuelo,
cuando oigo la palabra guerra.
© Santiago Liberal
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