Me despierto, intento incorporarme. ¿Dónde estoy? Es la camilla de un hospital. Me levanto. Una botella de suero medio vacía colgando al lado de la cama. Las sábanas están como manchadas de sangre ¿Qué hago yo aquí? ¿Qué me ha pasado? No veo a nadie. Abro la puerta de la habitación y tan solo veo un pasillo enorme, con puertas hacia los lados entreabiertas. Sigo caminando, pero el suelo está muy frio. Las demás habitaciones están iguales que las mías, con camas vacías, botellas de suero. Con gotitas de sangre en las sábanas, todas ellas iguales, todas repetidas. Y sin nadie que explique esto. Me está volviendo loco, no puede ser real. Sigo caminando. Cada vez más aprisa. Al fondo del pasillo veo una puerta, tras ella una vieja escalera. Parece un hospital de la Segunda Guerra Mundial. Veo la puerta de salida y salgo a una especie de jardín sin plantas. Sigo caminando, cuando me doy cuenta, que estoy pisando lápidas medio derruidas, tropiezo con una mientras mi corazón se encuentra al borde del terror, miro la inscripción… ¡ Dios, pone mi nombre! ¡Soy yo! ¿Qué está pasando?. Al tocarme la cabeza no puedo, mis manos las veo, pero no puedo tampoco tocarlas, se atraviesan entre sí ¡Dios mío, estoy en el otro lado! Sigo andando, me asomo a la verja que da al campo. Veo un coche aparcado con un apuesto caballero dentro. Una señora con lágrimas en los ojos entra en el coche ¡ Dios, pero si es mi mujer! Detrás de mí . Escucho una voz, un hombre vestido con un viejo camisón de hospital igual al mío me dice: »Te acostumbrarás, hoy es el DIA DE LOS SANTOS. Mi mujer también me ha dejado flores», mientras señala su tumba.
@María José Sobrino Simal
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